EL EX-FISCAL Y LA ESTIRPE DE LAS NUEVAS GENERACIONES

Gaspar Velásquez Morillo

         Los procesos de transformación sociohistóricos son estremecedores acontecimientos en la historia, donde se presentan controversiales actitudes y comportamientos, cada quien asume partido por un o cual direccionamiento que se le da a la sociedad por quienes están al frente de dicho proceso, y estos, les demarcan, una ruta, un proceder y un curso, que posee en sí mismo un ritmo acorde a su propia dinámica, el pueblo lo hace suyo, lo internaliza, se convence y avanza con denuedo a cristalizar su sueños y aspiraciones que son recogidos, interpretados e impulsados en una lucha constante e insistente.
         Es en esa tensión de fuerzas contrarias donde se enfrentan puntos de vistas y alcances de visiones particulares de organizaciones o personas que con contrapuestas interpretaciones pero con reglas consensuadas -que es el deber ser- están en el escenario pero eso no debe contraponerse al derecho propio y nacional de avanzar hacia niveles superiores de satisfacción y calidad de vida de la sociedad.
         Que una cúpula sociopolítica adinerada en aras de demostrar una supuesta verdad destruyendo a todo un pueblo es violatorio de toda condición ética, moral e inclusive hasta legal y ahistórica, pero esa es su esencia al ver afectados sus intereses, recurrir al fascismo sin importar los derechos colectivos de sus connacionales; las clases adineradas no tienen miramientos a la hora de defender sus intereses, su religión es la embriaguez que les origina el dinero que no es obtenido con el sudor de su frente si no la explotación a otros seres humanos.
         Lo que sucede, es que cada quien o cada organización perteneciente a clase social determinada, tiene una manera de particular de cómo llegar al desarrollo superiores de su clase social, en la acera del frente hay otra índole de planteamientos: cómo lograr la concepción de una nueva sociedad con el menor costo social, sin acarrear trauma a las mejores condiciones de vida y prosperidad de la población nacional, donde éste por delante el realzar el gentilicio nacional y el orgullo de haber nacido en el territorio que se pisa, donde hizo vida y donde existen un conglomerado nacional aportando lo propio para crecer en conjunto como país.
         En el caso de Venezuela es comprensible que una clase social que hasta hace poco y durante una centuria lo disfrutó todo, lo ostentó, se vanaglorió de su supremacía, su enriquecimiento obedeció a la apropiación de la renta petrolera sin aportar nada a la sociedad, pero una vez que ocurre un quiebre en el trayecto histórico a finales de la década del ochenta y comienzo de los noventas, la clase social oligarca tienen un resentimiento social contra el pueblo, tienen un odio contra el pueblo, porque hay nuevos actores, nuevas condiciones y diferentes perspectivas y por razones históricas esa clase social fue colocada de lado, esa clase social que todo lo tuvo, que disfrutó hasta el desenfreno, al frenesí, el delirio, ve perder paulatinamente sus antiguos privilegios, busca con desespero, con rabia, y, focaliza que es el propio pueblo culpable de su condición actual, pues fue ese pueblo quien despertó de su letargo y demarcó las nuevas rutas, un pueblo que se hizo eco e impulsa nuevas interpretaciones, pero en el pueblo hay personas con una o cual personalidad, con tal carácter, madurez, con determinado tenor de su fibra humana y consciente del hilo histórico de donde viene el pueblo, entonces, esa clase social ostentosa busca como vampiros a quien o a quienes succionar y a quien o a quienes puede hacer esa transfusión de pérfidos valores, principios y atraerlas y atraerlos a su ruedo, colocarlos para que jueguen a su favor y hacen hasta lo indecible para degradarle -a quien se deje- hasta en su honor, en su reputación, en su dignidad y le cotizan en un precio la deslealtad contra su patria, contra su propia reputación, contra sus propias amistades laborales y sociales, familiares, cuando eso ocurre, es la degradación humana, es despojarse de la vida espiritual, es denigrar de su propia personalidad hasta llegar hacer un ser que se niega a sí mismo, repudia lo que fue, es consentir que le ultrajen y mientras más vacíos le dejen, más se desesperan para ser llenado; el enemigo de clase le exige más y más, ya no es la persona la que habla, hablan otras personas, hablan otros intereses, ya cuando la persona se desliza en el tobogán de la inmoralidad hacia otras insondables miserias humanas y eso, no se puede calificar de otra manera, la única potestad que posee quien incurre en esas debilidades, es de una vida miserable que apesta y es la traición a su propia clase. 
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