Lydda Franco Farias y las madres, novias y esposas de los revolucionarios


Gaspar Velásquez Morillo
Comisión por la Justicia y la Verdad en Venezuela da cuenta que aún faltan una gruesa lista de revolucionarios de los cuales no se sabe su paradero, no se tienen evidencia de dónde están sus cadáveres, ya que ha pasado muchos años de las cínicas “culpabilización” y las consecuencias son las abominables desapariciones, asesinatos político, bárbaras torturas y la cárcel tan sólo por expresar y profesar ideas contrarias a las del Imperio y a las enarboladas por el “Puntofijismo”.
Muchas madres, esposas, novias y demás familiares ni siquiera saben donde lanzaron los cuerpos de sus seres queridos, se tiene referencias que algunos revolucionarios fueron lanzados de helicópteros, o los amarraban guindando sus cuerpos y los tropezaban con las copas de los árboles hasta desmembrarlos por completo y sin dejar un lugar específico pues sus cuerpos quedaban esparcidos en las montañas y campos; otros murieron por las atroces torturas de los organismos de seguridad de entonces ocultando sus cuerpos en fosas sin identificar.
Ninguna de esas centenares de miles de madres, esposas, novias o familiares gozaron de la cobertura periodística de los medios privados y cualquier otra modalidad para publicitar tales aberraciones de los gobiernos de la Cuarta, por el contrario, cualquier intento por enarbolar la libertad de opinión y la libertad de prensa fue silenciado a la fuerza, también la mudez cómplice se imponía, además, que los gobiernos de la Cuarta impusieron censores en las mesas de redacción de los periódicos para seleccionar que se publicaba y que no.
Contaba Lydda (+) que su casa de habitación en Maracaibo vivía prácticamente sitiada por los organismos de seguridad, en más de una ocasión fue allanada, siempre en busca de su esposo, José Rafael Zabala (+) el Calvo Zabala o Emilio, uno de los revolucionarios venezolanos que más sufrió agónicas torturas pero nunca se les murió, sobrevivía para indignación de sus torturadores que cuando lo podían atrapar de nuevo lo torturaban con más ahínco e interés pero nunca lo lograron “rajar”.
Lydda se movía por todas las cárceles y campamentos anti guerrillero buscando con desesperación a su esposo, muchas veces recibía información falsa sobre el paradero de Zabala, pero su voluntad y rectitud no se la lograban doblegar los esbirros, ella estaba consciente de la audacia porque un minuto que se perdiera era vital.
Lydda con sus hijos de pocos años de edad, uno bajo el brazo, el otro sujeto a su falda cargado o amamantándolo, así iba este mujer del pueblo, de estado en estado, de cárcel en cárcel, alimentándose de refresco y pan en los terminales de pasajeros y secando sus lágrimas con las palmas de las manos.
Lydda, así como muchísimas madres, esposas y novias y demás familiares, nunca fueron atendidos por altos personeros del gobierno estadounidense, ni por los diputados, ni senadores del Congreso de la época en Venezuela, sus recursos económicos eran muy exiguos, el origen de clase de los familiares de esos revolucionarios y revolucionarias es de extracción humilde, provenían de barrios de las grandes urbes o de los campos, ellas y ellos que penaban y sufrían nunca lograron ser entrevistadas en la televisión o por la radio y menos aparecieron por los medios impresos durante muchos días seguidos, mucho menos podían ni tenían con qué para viajar a Europa, a EE.UU, ni a los organismos internacionales para denunciar los atropellos, ni para obtener una frase de solidaridad, luego hacer un gran o grandes titulares, tampoco tenían la posibilidad de tomarse una gráfica con esos señores de cuello y corbata.
El recurso de la defensa y garantía a la vida de las y los revolucionarios era un pote de spray y salir a recorrer las calles de madrugada para pedir la libertad y/o denunciar las torturas contra tal o cual revolucionaria o revolucionario, todo a riesgo que los organismos policiales detuvieran a las osadas revolucionarias y revolucionarios, les torturaran o abalearan y le dejaran abandonados en el suelo para que se desangraran, a quienes se atrevieran a rayar las paredes de las principales avenidas.
Cuenta Zabala que una vez estaba detenido en una cárcel del oriente del país y toda esa semana fue tortura tras tortura, él se les desmayaba y les volvía a reaccionar, en esa oportunidad lo visitó Lydda y él estaba “echado” sobre una especie de cama y estaba tan golpeado que se paseaba entre la consciencia y la inconsciencia -ella complementó la anécdota- cuenta que se le sentó al lado en la supuesta cama y empezó a leerle su poesía preferida, el calvo Zabala del aturdimiento, apenas le apretó la mano a ella y le brotó un lágrima. De repente una voz mostrando todo su despreció y su condición humana dijo de manera imperativa: -Terminó la visita!
Honor a las madres, esposas y novias y viceversa de esas centenares de miles de víctimas de valerosas mujeres y hombres que alimentados por la historia de la resistencia indígena y bolivariana decidieron luchar por una patria, por una historia y por los intereses colectivos de la sociedad, por la construcción del socialismo.
*Lydda Franco Farías. Poeta falconiana de fina estirpe y sensibilidad humana que sigue entre nosotros en el recuerdo, por sus poemas y sus libros. Ellos murieron y su única hija también, le sobreviven dos hijos y un nieto.
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